Encimarnos. Uno por arriba del otro, por debajo, por los costados, capturados por las impresiones, denostablemente húmedos. Apretarnos las yagas, lo que sangra y está entremezclado entre todo el vapor de la carne. Estrecharnos. Viscosidad sin mesura, ardiendo el encuentro. No hay plan, no hay línea de ruta, el trazo es desparejo y se me desdibujan las fronteras, no hay sorpresas allí, ni aquí, ¡claro que no!, la intensidad suele tachonearme el método. Difuminar el imago. Qué corriente en este vincularnos, que el lenguaje sea tácito, pero la lengua sea integra protagonista. Como un manchón, rojo y violáceo que pinto con los dedos, te digo: Echále más pintura cada vez. Desencontrarnos. Frívolos sin ataduras que de un roce maestro abordando lo no dicho, el no decir, sucumbimos a la falta, creyéndonos rebeldes nos embarramos al desconocer. Nos ingerimos, sin vernos, viéndonos, obturándonos por la piel. Aquí está, ya la tengo, lo tomé prestado de lo que hubo entre ayeres, ya hice