Cargo el frío, como quien lleva una bolsa de arpillera repleta de bártulos. Rasposamente, lo aseguro con un nudo entre los dedos. No me imagino una bolsa de arpillera con manijas, me las recreo bien incómodas aunque rústicamente pintorescas.
En otras palabras, la imagino como lo que decorativamente es un dolor de güevos.A riesgo de estirar la metáfora a troche y moche, se me da por aclarar que al frío lo traigo sin manija.
(Decorativamente como el orto).
Forzosamente me dirijo siempre a los mismos lugares y voy arrastrastrando mis pies, como niñito que hace un berrinche porque no le compraron un chupetín en la caja del chino. Me empeño en no fruncir las cejas para demostrar mi descontento, porque tendría que andar dando explicaciones y últimamente sufro una languidez mental imparable.
Se van erigiendo, a lo largo del día, una serie de intervalos imaginarios de calor, en donde me aseguro de estar viva al oír el tronar de los huesos. La oleada espesa de las estufas me unta los cachetes de un rosado poco perdurable, que el cachetazo del frío termina volcando en transparencias. De fondo, suenan las campanas que dan fin al recreo de heladas, una y otra vez.
Estamos apretados en el mismo sinfín de injusticias, pelando las armas más sutiles y desplegando las estrategias de guerra más combativas que tenemos al alcance. En los diarios y más aún en las calles se me apersona el enemigo al que el frío no congela sino más bien le hace de musa.
Me pregunto cuánto falta para que la primavera nos descongele las comodidades y nos decidamos a congregarnos en las plazas para ampliar las barricadas.
Crónica cuenta los días, yo también.
Éxtasi🌺
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